Quiero...

Quiero...


Quiero hacer contigo

todas las historias repetirse.
Conquistarte cual América Virgen
por Mayas, Aztecas e Incas...
reales fuentes de nobleza, poder y de vida.
Quiero que seas cual pequeño cachorro
que a los pies de su amo vive...

Pero también te deseo salvaje
como el tornado, la cascada,
la tupida selva
que de horizonte a horizonte
se levanta.
Quiero ser la sangre de tu carne,
el aliento de tus labios,
tu escondite, tu nido,
tu hogar, tu fortaleza,
tu espíritu infinito.

Quiero, quiero...
quiero el amor que me mezquinas,
quiero la flor de tu vida,
quiero el beso que esquivas,
quiero ser tu reconquista...
Quiero morir como un héroe
después de salvarte la vida.
Quiero ser Marco Antonio, Romeo,
Sigfrido, todos ellos y ninguno,
entregarme más que ellos
y ser la luz de tu orgullo.

Quiero ver tus manos
acariciar en tu vientre
una luna creciente
que proteja nuestros sueños
y aleja el miedo de mi mente.
Quiero caminar contigo,
alguna vez, por playa alguna,
para saber si es verdad la calma 
y que el corazón habla con el mar
cuando se ama...

Quiero... quiero...
quiero que me quieras,
que enloquezcas sin mí
ante mi ausencia,
que arremetas violenta
ante mis brazos,
y me desnudes de amor
hasta el cansancio...


Antonio Alejandro Galland
10 de marzo de 1998, 17:35

Cuento de Ciencia Ficción: Autopía

Cuento de Ciencia Ficción: Autopía 

Enlace a Cuentos

La Tierra abrió sus brazos y miles de planetas amigables esperan su semilla colonizadora. Aunque todas las Utopías son imperfectas e irrealizables a largo plazo. Pero ¿cómo sería la utopía definitiva?

Enlace a cuento --> La Cueva del Lobo - Autopia

Hechizado

Hechizado



Hola mi vida, te buscaba para decirte que estoy firmemente convencido que tus ojos me embrujaron...

No pongas esa cara que un hechizo es cosa seria. Fíjate que el otro día me afeitaba frente al espejo y la espuma que cubría mi cara, como si de un virus se tratara y en progresión geométrica: cubrió todo el espejo y dibujó una mañana clara, donde tomé tu mano por primera vez y vi tus ojos, (¿habrá sido entonces?), —uno de esos verdes que pocas veces vemos, un verde-selva, con pintitas marrones casi en el exterior de las pupilas—. Me sumergí en ellos con la típica cara de pavote, mientras me retabas por algo (siempre de retabas por algo); y lo único que podía hacer yo, era mirarte y afirmar o negar con la cabeza hasta que apartabas tu vista de mí y en esos instantes debía ser rápido; así que entonces, cerraba los ojos, juntaba coraje y cuando percibirá que volvías la cabeza; mi boca sin necesidad de brújula encontraba tus labios. Pero sin abrir los ojos o sino otra vez me perdía.

Y como te iba diciendo, después de ver esto, de volver a ver mi cara semiafeitada y abrir y cerrar el espejo del botiquín del baño una y otra vez, me convencí que estoy embrujado. Más ahora que te fuiste e insistes en qué quieres conocer el mundo y patatín patatan y que “no sos vos, soy yo” y toda esa sarta de excusas que se supone me las crea y que me dijiste mientras me mirabas y yo seguía afirmando o negando con la cabeza como un autómata impedido de interrumpir y pedirte que te quedarás, que te necesitaba. Pero aquella vez te fuiste rápido y cuando cerré los ojos después que volteaste la cabeza sentí un portazo que rajó el vidrio de la ventana del living y me quebró por dentro.

Pero eso no fue lo malo lo peor es que tus ojos me persiguen, los veo en cualquier parte, en el agua del lavabo, en el vidrio del colectivo cuando se detiene la lluvia, en los autos que de noche se acercan a mi calle, en el vaso del café de las mañanas y entre las hojas del libro de ciencia ficción que leo antes de dormir.

La última vez fue el colmo: aparecieron justo delante de una señora que empujé distraído a la salida del supermercado, provocando que se le cayeran sus bolsas y me quedé como entonces: afirmando o negando como un pavote, mientras me retaban por cualquier cosa…


Antonio Alejandro Galland


Almas Rotas

Almas Rotas



de Antonio Alejandro Galland



   Ella estaba como la recordara: Ojos verdes, tez blanca, pelo negro, cachetes sonrosados; una muñeca, con rasgos de mujer adulta, pero delicada y casi perfecta. 
   —¡Camila! No has cambiado nada. —Se abrazaron. Él ocultó su ansiedad. Una marea de recuerdos encontrados lo bombardeó. 
   —¡Alfredo! A vos no te va tan mal…—Bromeó ella señalando su creciente estómago. Salió de aquel ensalmo cuando le presentaron a su marido. Y presentó a su esposa sin mostrar la sensación de asfixia contenida en su pecho. 
   Resumieron sus vidas en unas cuantas frases, se intercambiaron presentes como estaba previsto y tras unos minutos de charla se separaron: cada grupo a su mesa. La misma cortesía mostrada a cualquier compañero que celebraba los veinticinco años de graduados.
   Simuló lo mejor que pudo festejar viejas anécdotas; pero estaba en otra parte: En una tarde, cuando Camila lo invitó a pasear por el centro; dónde hablaron por primera vez sin chanzas o estudios de por medio y Alfredo se perdió por momento en sus ojos verdes, dudando y derretido por dentro sin creerse con derecho a decirle sus sentimientos. “Ella ya tiene novio, debo ser un caballero”.
   —¿Te pasa algo, amor? ¿Te noto mal? Vos que organizaste la reunión, me apena que no la disfrutes... —Preguntó su esposa sacándolo de sus recuerdos.
   —Ese Matías y su grupo que se llevaron parte del crédito… —Una verdad sirvió para ocultar otra. 
   Aparentó cambiar de humor; bailó y bromeó hasta el final de la fiesta. 
   A la salida, la llovizna nocturna llegaba a su fin. Amanecía. Y mientras cruzaba la calle, sin esperarlo, la vio: Contorneada por las luces del alba, doblando la esquina, alejándose para siempre.
Sintió el dolor de una puerta que se cierra, quiso llamarla, gritarle que la amaba, arrancarse el corazón… pero ambos tenían otras vidas.
   —¡Qué pelotudo! — Se le escapó en voz alta. Su esposa lo miró interrogante y el soltó por respuesta que se olvidó dar la dirección y el teléfono a un ex compañero. 
   Subieron al coche y se marcharon. 
   El, no no pudo ver cómo Camila tiraba en algunos escombros, una tarjeta cuyo contenido más importante quizá fueran las últimas palabras escritas de puño y letra: “Alfredo. Siempre te Amaré. Camila”.



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