Almas Rotas

Almas Rotas



de Antonio Alejandro Galland



   Ella estaba como la recordara: Ojos verdes, tez blanca, pelo negro, cachetes sonrosados; una muñeca, con rasgos de mujer adulta, pero delicada y casi perfecta. 
   —¡Camila! No has cambiado nada. —Se abrazaron. Él ocultó su ansiedad. Una marea de recuerdos encontrados lo bombardeó. 
   —¡Alfredo! A vos no te va tan mal…—Bromeó ella señalando su creciente estómago. Salió de aquel ensalmo cuando le presentaron a su marido. Y presentó a su esposa sin mostrar la sensación de asfixia contenida en su pecho. 
   Resumieron sus vidas en unas cuantas frases, se intercambiaron presentes como estaba previsto y tras unos minutos de charla se separaron: cada grupo a su mesa. La misma cortesía mostrada a cualquier compañero que celebraba los veinticinco años de graduados.
   Simuló lo mejor que pudo festejar viejas anécdotas; pero estaba en otra parte: En una tarde, cuando Camila lo invitó a pasear por el centro; dónde hablaron por primera vez sin chanzas o estudios de por medio y Alfredo se perdió por momento en sus ojos verdes, dudando y derretido por dentro sin creerse con derecho a decirle sus sentimientos. “Ella ya tiene novio, debo ser un caballero”.
   —¿Te pasa algo, amor? ¿Te noto mal? Vos que organizaste la reunión, me apena que no la disfrutes... —Preguntó su esposa sacándolo de sus recuerdos.
   —Ese Matías y su grupo que se llevaron parte del crédito… —Una verdad sirvió para ocultar otra. 
   Aparentó cambiar de humor; bailó y bromeó hasta el final de la fiesta. 
   A la salida, la llovizna nocturna llegaba a su fin. Amanecía. Y mientras cruzaba la calle, sin esperarlo, la vio: Contorneada por las luces del alba, doblando la esquina, alejándose para siempre.
Sintió el dolor de una puerta que se cierra, quiso llamarla, gritarle que la amaba, arrancarse el corazón… pero ambos tenían otras vidas.
   —¡Qué pelotudo! — Se le escapó en voz alta. Su esposa lo miró interrogante y el soltó por respuesta que se olvidó dar la dirección y el teléfono a un ex compañero. 
   Subieron al coche y se marcharon. 
   El, no no pudo ver cómo Camila tiraba en algunos escombros, una tarjeta cuyo contenido más importante quizá fueran las últimas palabras escritas de puño y letra: “Alfredo. Siempre te Amaré. Camila”.



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