Hechizado

Hechizado



Hola mi vida, te buscaba para decirte que estoy firmemente convencido que tus ojos me embrujaron...

No pongas esa cara que un hechizo es cosa seria. Fíjate que el otro día me afeitaba frente al espejo y la espuma que cubría mi cara, como si de un virus se tratara y en progresión geométrica: cubrió todo el espejo y dibujó una mañana clara, donde tomé tu mano por primera vez y vi tus ojos, (¿habrá sido entonces?), —uno de esos verdes que pocas veces vemos, un verde-selva, con pintitas marrones casi en el exterior de las pupilas—. Me sumergí en ellos con la típica cara de pavote, mientras me retabas por algo (siempre de retabas por algo); y lo único que podía hacer yo, era mirarte y afirmar o negar con la cabeza hasta que apartabas tu vista de mí y en esos instantes debía ser rápido; así que entonces, cerraba los ojos, juntaba coraje y cuando percibirá que volvías la cabeza; mi boca sin necesidad de brújula encontraba tus labios. Pero sin abrir los ojos o sino otra vez me perdía.

Y como te iba diciendo, después de ver esto, de volver a ver mi cara semiafeitada y abrir y cerrar el espejo del botiquín del baño una y otra vez, me convencí que estoy embrujado. Más ahora que te fuiste e insistes en qué quieres conocer el mundo y patatín patatan y que “no sos vos, soy yo” y toda esa sarta de excusas que se supone me las crea y que me dijiste mientras me mirabas y yo seguía afirmando o negando con la cabeza como un autómata impedido de interrumpir y pedirte que te quedarás, que te necesitaba. Pero aquella vez te fuiste rápido y cuando cerré los ojos después que volteaste la cabeza sentí un portazo que rajó el vidrio de la ventana del living y me quebró por dentro.

Pero eso no fue lo malo lo peor es que tus ojos me persiguen, los veo en cualquier parte, en el agua del lavabo, en el vidrio del colectivo cuando se detiene la lluvia, en los autos que de noche se acercan a mi calle, en el vaso del café de las mañanas y entre las hojas del libro de ciencia ficción que leo antes de dormir.

La última vez fue el colmo: aparecieron justo delante de una señora que empujé distraído a la salida del supermercado, provocando que se le cayeran sus bolsas y me quedé como entonces: afirmando o negando como un pavote, mientras me retaban por cualquier cosa…


Antonio Alejandro Galland


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