Rapsodia de una Tristeza
Al parecer (te decís)
el día está como siempre (o peor)
cuarenta grados a la sombra... bajo cero por dentro...
Y hoy debes dejar todo lo que tenés adentro a los demás,
aunque no tengas nada.
Y aún así... sonreís, pero melancólico.
Mostrás que estás con todas las pilas cargadas,
pero si se rompe la cascara del huevo... olés a podrido.
Y le seguís dando cuerda al reloj de los recuerdos.
Y te quedas desnudo de sueños.
Revivís lo que fuiste, lo que tuviste
y te buscas en una vieja poesía,
la misma que llenaste de lágrimas
infinitas veces cuando tu corazón estaba quebrado;
o en un beso que nunca diste... y siempre deseaste.
Y añorás con cambiar todo tu pasado,
con que no diste aquel paso que lo cambio todo,
y que ahora sos otro distinto al que fuiste ayer (imaginas)
porque al ayer lo corregiste, (eso crees)
y el error que ibas a cometer lo evitaste a tiempo...
y hoy todo el mundo te quiere...
Mas al mirarte en el espejo,
rehuís de tu rostro, y te escapas
del “otro”, maligno reflejo de tu vida;
no te gusta lo que ves, o lo que es lo mismo...
no te gustás vos, lo que sos... lo que haces...
Te dejas llevar por el día que no quiere terminar
empeñándose en hacer mas morboso
el lento caminar de aquella manecilla inexorable
que (te haces la idea) hoy no marca segundos, sino eternidades.
A media mañana te desembarazas de la monotonía de un libro
o de una piel que no es tuya y sin embargo te quiere...
Y tomás un café frío, y el calor sigue...
Mirás en un televisor de pálidos colores
una película clase “B” pero no te importa,
porque alguien, invisible y lejano,
se interpuso entre tus ojos y el tubo de rayos catódicos,
cromáticos, de veintiocho pulgadas...
y lo que ves entra por el rabillo del ojo
y sale por los bolsillos del desaliento.
Si te dicen algo (acerca de las polillas que alimentas,
o de las raíces que estas cultivando)
te excusas en que ayer sacaste la basura o limpiaste la mesa.
En resumen una hormiga mide dos veces más
que tu aliento de vivir...
El reloj marcó las cinco y salís a la calle
buscando perderte en los innumerables rostros que te rodean.
Quizás te olvides de todo si te unís a la masa
y te dejás llevar a donde ella quiere, aunque eso no te haga bien.
Alguien, sin querer, (por culpa tuya) se tropieza con vos,
lo maldecís en voz alta y añadís a otro ser humano
en la lista de los despreciables que:
“Solo es uno más que vive en la luna”
(mientras tanto, nunca recordaste
el estar viendo la Tierra desde afuera...)
Te metés en un café, pedís una cerveza.
La sorbes de vez en cuando, si te acordás que se calienta
entre los numerosos viajes que haces
entre tus deshilachados recuerdos
y la minifalda que está a dos mesas a tu izquierda...
Salís ya de noche y te prestan una guitarra,
y haces feliz a los otros cantando, bailando
y encontrás amor para otros... y nostalgias para vos.
Volvés a casa por la madrugada, cuando por suerte,
ya todos duermen y no tenés que darle explicaciones a nadie.
Solo tenés que pensar que otro día termina
y que ojalá no volviera el día de ayer convertido en mañana.
Pero mañana vuelve...
de nuevo haciendo cuarenta grados a la sombra... afuera.
marcando siempre debajo del cero
la columna de mercurio de tu alma...
Y tal vez hagan sesenta grados,
y el sol abrase y derrita tu carne...
pero el viento gélido del pasado perdido
de los recuerdos hermosos,
y de los cristales de amor desparramados por el tiempo;
azotará inextinguiblemente, arrastrando al cero absoluto,
a la interminable secuencia de actos
que se esconden en tu corazón y lo llenan de tristeza.