Cuando no basta con la Justicia.

Cuando no basta con la Justicia.

(a María Soledad Morales) 



Quién es libre de su culpa?
¿Quién está libre de su aberrante crimen?
Si mi error pequeño me tortura:
¿Acaso puede un infame librarse de su conciencia?
¿Se puede soportar el dolor de saber lo inconfesable?
¿De sentir, como un puñal, como una llaga incandescente,
el pecado de degradarse como hombre,
convertirse en bestia...
mientras que después de haber abandonado
su linaje ancestral de hijo de Dios,
simule vivir sin la opresión de su falta?
¿Porqué digo esto?
¿Porque lo hago?
¿Porqué no callo mi voz...?
Quizás nadie esa perfecto, pero todos tenemos sueños.
Quizás ella fue un poco inquieta;
pero tenia derecho a la vida...
a SER, y ser respetada.
Y donde esta noche herido pienso
en quienes lucharon por rescatar
tu dignidad fragmentada, llena de tristezas y flagelaciones;
Enfrentaron viento y marea.¡Ellos no callaron, no se estancaron!
¿Por qué yo habría de hacerlo?
¡Soy un hombre!
Solo Dios Todopoderoso puede decidir
si alguien es mejor o peor.
Solo ÉL es dueño de la vida... o de la muerte...
¿Quién, entonces, creerse puede capaz,
de discernir sobre la estrella de un semejante?
Si mi error pequeño me lastima, me tortura...
¡Mi silencio me mata!
Si hubo una víctima, también un crimen...
si hubo un crimen, un castigo...
La sentencia de Dios dictada está:
La prisión está hecha.
La conciencia espera.

6 de Enero 1995
Antonio Alejandro Galland



La causa de mis palabras

 La causa de mis palabras




Hoy escuché una canción

y tuve ganas de recordarte
de mirarte desde lejos
de hablarte en el silencio
poniendo una o dos lágrimas
Recordar.

No quise
hoy,
faltar a mi capricho,
ya longevo,
de esquivarle a la inspiración;
y escuché a la noche decir tu nombre,
a las estrellas mostrarme tu rostro
y a mi mano acariciar tu piel.

Pero estas palabras no son tan sinceras,
no son tan reales,
no son lo que nace de mi corazón.

Artificiales…
Por querer tener la forma primera,
el aura del fuego supremo,
la consistencia del más puro metal.

Yo siempre tan elaborado
y tú con tu simpleza, me dejas callado.
Viviría escuchando o leyendo tus palabras.
Viviría cerca de tu alma
donde encuentro el abrigo de la mía...

¿¡Cuál es aquella palabra
que nunca se dijo a mujer alguna
y mucho más, si es como tú!?

Hoy soy amo del reino del silencio,
la mejor forma de alabarte,
de conquistarte,
de alcanzarte al menos entre sueños,
entre espejos y brumas, entre nieblas,
tan cerca pero nunca como mi corazón lo siente...

Antonio Alejandro Galland



The End of my Life

The End of my Life

El fin de mi vida



I
Transcurre el tiempo —¿quién si no?— y escucho,
La misma pregunta en mis labios quieta,
y pese al ruido que a la gente inquieta,
dichas palabras me atormentan mucho:

¿Cómo será el temido e inevitable
glorioso instante que de la vida pase,
y en segundos eternos yo implorase,
clemencia por mi alma condenable?

En un lecho, un ajado cuerpo veo,
una vela encendida en una mesa,
y el reloj esperando la partida.

Y expiro quieto, sin un parpadeo.
Una amada mano da su promesa,

veo sus ojos llorando despedida...




II

Pero...

No me muestres, oráculo soñado,
si habrá honores, fama y dicha en mi destino,
pues me bastan las que hoy llevo vividas,
para dar por realizado mi camino.

No me mientas, diciendo que no habrá tristezas,
pues sé que el cardo abunda y la flor escasea.
Tampoco muestres a los que estarán conmigo,
ni quiero sorprenderme por los que ya se han ido.

Dadme pues, —para mi final—, un día,
en que el sol del otoño bañe hojas muertas,
como hogar la tierra, tan siempre bendita,
para así renacer al llegar primavera.

Antonio Alejandro Galland

El Ciclo De Los Déspotas

El Ciclo De Los Déspotas



Ocultos entre piedras, silenciosos esperan,

otrora hombres, mujeres, ahora son bestias...

En sinuoso camino, lenta caravana,
hacia cruel emboscada, incauta avanza.
Golpean el suelo cansadas monturas,
ya es mediodía, el calor abraza.
No hay descanso a la compañía,
Pues una férrea mano los atenaza.

En carruaje de oro y con séquito de espadas,
imparte sus órdenes, un monarca déspota.
Junto a su familia de caras delgadas.
¿Quién más ambiciosa que su Reina violenta?
¿Cuál de sus hijas más disoluta y despiadada?
¿Cuál hijo más traidor entre toda su casta?

De empinados riscos, en angosto camino
Rodando una piedra la vanguardia Real advierte.
Del posible peligro, tarde, al soberano avisan,
pues entre las rocas, un aldeano grita:
“¡Matad a la familia de realezas impías!”
Que nadie sobreviva es la consigna que tienen.

La palabra desata a las bestias que corren.
Abajo, jinetes y lanceros, la defensa arman.
Arriba, una lluvia de rocas, a los custodios mata,
Los rebeldes son más, son como estrellas.
Sin rostros, sin nombres, de los valles y estepas...
Sin espadas. Sólo palos, tridentes, azadones o palas.

Atacan con odio, con hambre, con frío,
campesinos y aldeanos de vidas dolientes,
ya perdieron dignidad, tierras, hijos y mujeres,
ya no soportaran ese circo de injustos jueces.
No hay piedad para nobles ni para su prole,
ahora advierten ellos el crujir de sus dientes.

Pecado a pecado es pagado con sangre
tras rodear el carruaje cientos de manos,
atraparon al Rey que ultrajó a sus mujeres.
Fue desmembrado y exhibido cual trofeo,
su familia, asesinada, convertida en fuego.
Entonces un aldeano, nuevo rey es proclamado.

Y la ensangrentada diadema ciñó su frente.
Como un estigma sus ojos, cambian de brillo,
no reflejan la libertad que le buscó a su gente,
sólo ambición, lujuria, poder y egoísmo.
El ciclo comienza de nuevo, aunque nadie lo advierte,
demasiado ocupados están con los festejos nacientes.

Mas el tiempo borrará los felices augurios.
hasta que alguien como él, de su Rey se haga enemigo,
y oculto entre piedras, silencioso espere,
en sinuoso camino, cual bestial serpiente,
ser la próxima víctima de esa corona maldita,
continuando así el ciclo, hasta el fin de los días...



Antonio Alejandro Galland
febrero de 1999